Malta, 27/11/2010
Me encuentro en uno de los bares más auténticos que he visto en Malta y tengo un nudo en la garganta.
A unos días de dejar esta isla son muchos los sentimientos encontrados... sé que no podría estar más tiempo aquí. Siento que si lo hago me ahogaría, la he visto prácticamente toda y varias veces. Pero por otro lado sé que echaré de menos su paisaje, su clima, sus aguas... y a su gente. Sí, a su difícil gente que en el fondo no es más que el resultado de una historia de continuas invasiones y sometimientos a diferentes culturas.
Tienen una forma de ser desconfiada y esquiva con los foráneos, pero después de meses aquí lo entiendo. Porque aunque ahora ya no se acercan barcos invasores por el Mediterráneo, cada año llegan miles de turistas que lo colapsan todo: autobuses, playas, bares, etc.
Si a mí, que soy, digamos, una turista más me desquiciaba esto en verano, no me imagino a los malteses. Acostumbrados a la tranquilidad del país, que por unos meses casi triplica su población (si ya tenemos en cuenta que tiene el índice de habitante por km2 más alto del mundo).
Ahora los señores que están en la otra mesa charlando en maltés, esa lengua que por más que afine el oído no consigo entender ni una palabra, seguro que estarán de mejor humor desde que se notó el bajón turístico en el mes de octubre. Volverán a caminar por las calles sin chocarse cada dos por tres con algún guiri y su cámara de fotos, volverán a venir con el coche hasta la puerta del bar y encontrarán sitio para aparcar, volverán a sentarse en su mesa de siempre que ahora encontrarán libre.
Yo también los dejaré tranquilos, me iré con el mismo nudo en la garganta que tengo ahora, porque a Malta no se le coge cariño en una semana, sino viviendo cada una de sus caras, cabreándote y a la vez riéndote resignada...
Bye bye Malta, I'll miss you!